Iluminaciones profanas | el Director Nac. de Coordinación Cultural de la Biblioteca Nacional evoca a Alejandra Pizarnik
Alejandra Pizarnik fue un rayo en el cielo sereno de la poesía argentina que invistió su lengua con los harapos que la tradición surrealista había legado en su torbellino. Su vida fue vertiginosa y sus textos no lo son menos; zurcidos entre el final del peronismo clásico y su muerte voluntaria en 1972, hace medio siglo, pueden ser pensados como la caja negra de aquellos años turbulentos en los que el Romanticismo recompuesto halló en su voz una forma actualizada.
Pero contrariamente a la imagen, también hija del Romanticismo, que postula al arte bajo el signo de la creación ex nihilo, Pizarnik construye su literatura y se constituye a sí misma mediante operaciones de lectura que van de la cita y el plagio disimulado a la reversión de textos apropiados sin culpa. Su procedimiento predilecto es el bricolaje, el montaje de gemas o residuos de textos e imágenes a los que doblega, desdobla, traduce, reasigna: en el repulgue de las palabras encastradas de forma mágica anida el magma secreto cuyo sonoro estallido lector descalabra -y funda- el mundo.
Sus textos son una indagación personal, curiosa, íntima y desgarrada de la tragedia existencial mediante una lírica amatoria de raíz mistérica en la que no faltan la escatología ni el humor. La muerte, el temor y el temblor ante la locura y la pena hacen sistema con su poética del desecho remendado. Pero la desgarradura del tejido anímico no admite costura invisible. Pizarnik gozaba sus desquicios, a los que concebía matriz de un arte singular cuyas herencias descosidas muestra impudorosa. Sus cuadernos de notas, bitácora de su formación sensible, exhiben narraciones gráficas en las que el nexo entre imagen, escritura, relato y poesía actualiza el dictum con que el poeta latino Horacio, dos milenos antes, había formulado su anudamiento: ut pictura poesis. Si las culturas tradicionales consideraban ese vínculo como la clave de bóveda de la intelección del mundo, la modernidad, con el predominio del texto, enfatizó aquella escisión. El trabajo de los siglos consolidó la autonomía de ambos registros. Pero los poetas alertan sobre esa aporía con sus intentos de restañar esas asíntotas. Para Pizarnik, el diálogo reparador entre imagen y texto reabre la pregunta por los modos en que concebimos y modulamos nuestra presencia en el orbe humano. Esta exposición, basada en el Fondo Pizarnik que alberga la Biblioteca Nacional, muestra ese hilván en que se cosen sus iluminaciones.
Guillermo David
Director Nacional de Coordinación Cultural
Biblioteca Nacional Mariano Moreno
Biblioteca Nacional Mariano Moreno