Muestra-homenaje a la artista salteña María Martorell
“Si una línea no contiene el ser,
no contiene nada”
La vocación de María Martorell despertó en su Salta natal cuando tuvo la oportunidad de asistir al taller de Ernesto Scotti, artista al que siempre reconoció como su gran maestro. Este hecho cambiaría el rumbo de su vida para siempre ya que le enseñaría algo que jamás olvidaría: querer al arte como lo más importante en la vida . Este descubrimiento de un mundo que hasta ese momento no sospechaba, cambió el curso de su historia personal y la llevó a iniciar una trayectoria como artista que no estuvo exenta de obstáculos “[…] porque cuando hay una vocación hay muchas dificultades para vencer; no es fácil, y menos para una mujer” , decía Martorell.
En Salta, María Martorell frecuentó amigos como Manuel J. Castilla, El “Cuchi” Leguizamón y Luis Preti, entre tantos otros, un ambiente folclórico tradicional que fue para la artista una base para ir a otras cosas. Así, a partir de 1946 emprendió viajes a Buenos Aires durante los cuales asistió a diferentes cursos y tuvo la oportunidad de tomar contacto con lo que sucedía con movimientos como el de arte Concreto-Invención y Madí.
Su primer viaje de formación fue a España el cual hizo a sus 43 años, más tarde en 1954 viajaría a Italia, Alemania, Holanda, Inglaterra y Francia. En París y en calidad de étudiant patronèe, la artista diseñó un plan de estudios para los años 1955 y 1956 . Este consistía en una serie de actividades semanales entre las que se contaban sus cursos en el Instituto de altos estudios de América Latina y en La Sorbona. Asimismo contemplaba clases de perfeccionamiento del idioma francés, visitas regulares a museos, y el trabajo en su taller. De forma paralela a su formación académica visitó talleres de reconocidos artistas geométricos como Vantorgerloo, Soto y Pevsner.
En 1956 regresó a Argentina con una obra que transitaba ya la abstracción plena. Tiempo más tarde estableció su taller en Buenos Aires alternando siempre con temporadas en la villa de San Lorenzo en Salta, lugar en el que creció y al que la unía un cariño especial. La pintura de esta etapa se estructura en una geometría de líneas rectas como es el caso de “Fuga” (1958/59) y el uso en general de un color más contenido. Es un momento temprano en el que la artista se impone una disciplina muy estricta: “[…] por eso mi primera época es tan severa” , comentaba Martorell. En 1959 conoce a Rafael Squirru, entonces director del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA, por entonces sin sede), quien le compra una obra para la colección de esta institución, siendo ésta la primera que vende la artista.
Durante la década siguiente, afianzada en la geometría, siente la necesidad de mayor libertad. Como consecuencia sus pinturas incorporaron dos elementos importantes: la línea curva y los efectos del color, con los que alcanza composiciones más abiertas. Las elipses y luego las ondas caracterizarán las series más representativas de la artista como “Ekho”, “Sigua”, “Circuito” y “Silencio”. A partir de 1968 indagó también en las posibilidades de la pintura más allá del bastidor, es el caso de la ambientación que realizó en la galería Guernica ese mismo año y la instalación Banda oscilante de 1969 en la galería El Taller, en Buenos Aires. Según Martorell su evolución en este momento puede resumirse en: más organización y más libertad.
En esta misma década Martorell incursionó en el arte textil, hecho que refleja su vinculación con la tradición americana del Noroeste Argentino. Martorell había asistido durante su estadía en París al curso de Cultura precolombina de Paul Rivet; asimismo la crítica ya había marcado las reminiscencias americanas en su obra, como en el caso de la muestra del año 1956 en París o la de Nueva York, en 1961.
Su interés estuvo en sintonía con el contexto de época ya que el arte textil tiene un auge internacional en la década de 1960, pero también con su condición de mujer y artista salteña. María Martorell vivió gran parte de su vida en una provincia en la cual el legado de las manifestaciones prehispánicas estuvo siempre presente y, en gran medida, asociado al trabajo femenino en el campo de la artesanía.
Entre 1964 y 1968 se abocó a la elaboración de diseños para tapices que fueron realizados en Cafayate con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes. Allí formó un taller de investigación y diseño con participación de las mujeres de la Escuela de Manualidades de Cafayate animada por su conocimiento de la tradición precolombina y europea. María Martorell buscaba la renovación de los diseños utilizados hasta ese momento en el lugar, pero al mismo tiempo su deseo fue el de crear un taller con un sentido social. “Trato de concebir, fuera del tejido de ponchos, chalinas, etc., y a otro nivel, por cierto, un medio de vida que ha interesado mucho a la gente”, afirmaba en 1967 . En la década de 1990 Martorell retoma el proyecto de los tapices, esta vez con lanas artesanales hiladas a mano y teñidas con tintes naturales, con una vasta riqueza de texturas y de grandes dimensiones, algunos de ellos de hasta tres metros. En esta segunda etapa de incursión en el tapiz trabajó con la Asociación de artesanos y productores “San Pedro Nolasco de los Molinos”.
Es indudable que este interés temprano de Martorell por el tapiz tuvo repercusiones en su pintura, es decir, que a la vez que indagaba en la renovación de estos diseños tradicionales, la obra pictórica iba paulatinamente distanciandose de ciertas reminiscencias formales de los motivos prehispánicos. Hacia fines de los años sesenta los nombres de sus pinturas dan un indicio de un creciente interés por temas de orden más universal que denotan una relación con la geometría, pero también con la música, la naturaleza y la espiritualidad: es el caso de “Lilavati”, “Sunya” o “Zégel”.
En 1981 María Martorell fue designada por la Academia Nacional de Bellas Artes como académica delegada en un acto en el que el arquitecto Eduardo Sacriste remarcó su aporte a la Academia no sólo con su arte, sino también con su riqueza espiritual y cultural. María Martorell sucedía así al artista Carlos Luis García Bes, Pajita, con quien había compartido experiencias en el arte textil. Como académica continuó en estrecho contacto con artistas salteños e involucrada con el desarrollo de la escena cultural de Salta. “[…] yo me siento perteneciendo a Salta y peleando por Salta toda la vida”, afirmaba la artista.
A principio de los ’90, y luego de su gran muestra retrospectiva en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, realizó un conjunto de obras que denominó “Homenaje a Albers”. En ese momento, la artista dirigió su pintura hacia una creciente simplificación de las formas en las que el cuadrado tendría un marcado protagonismo. Esta serie marcó una etapa que se encaminó hacia una economía de recursos y que reunió de forma gradual los elementos compositivos básicos utilizados durante décadas en su pintura. Martorell logró entonces una geometría simplificada que lleva en sí misma las decisiones plásticas que transitó en su vasta obra y en las que unió tradición e innovación .
En un contexto histórico y cultural que no le era propicio, logró trascender guiada por una vocación insoslayable. Esta trascendencia se manifiesta en una obra siempre actualizada que convoca aún hoy artistas contemporáneos que encuentran en ella referencias a explorar. Porque, como decía la artista: “cualquiera sea la forma de expresión elegida, cuando el arte está impregnado del ser no envejece nunca”
Esta exposición es una oportunidad para continuar descubriendo esta prolífica obra y la verdadera dimensión de la figura de María Martorell que hacen de ella una artista central en la historia del arte argentino.
Andrea Elías
Desde el jueves 30 de mayo hasta el viernes 19 de julio de 2019 en las Salas Federales del Consejo Federal de Inversiones (San Martín 857, Ciudad Autónoma de Buenos Aires).
Instagram salasfederales